UN RELOJ QUE VALÍA POR 80
Pepín, en otro tiempo, había sido un niño muy feliz. Esto había sido en los días en que su mamá le despertaba con una canción, le susurraba al oído, y sin dejar de entonar melodías, preparaba tostadas de desayuno antes de llevarle a la escuela.
-¡Antes yo no era nadie! –solía decir la madre–.
Pero ahora, Pepín, ahora tengo un trabajo importante, gracias al cual puedo
comprarte estos lindos juguetes: ¡las cosas han cambiado mucho, y para bien!
Pero Pepín no estaba de acuerdo en este punto. Él
nunca deseó transformación alguna, y de buena gana hubiera cambiado todos los
juguetes, por el suave amanecer junto a su madre.
La madre de Pepín, vivía pendiente del reloj. En
casa tenían sólo uno, pero era un reloj que valía por 80. Estaba colgado de la
pared de la sala, era de enorme tamaño, y cuando daban las seis de la mañana,
echaba a sonar como una sirena de bomberos:
-Ui-ui
Ui-ui Ui-ui.... – y la mamá de
Pepín se lanzaba de la cama a toda velocidad, gritando:
-¡Pepííííííííín! ¡Pepíííííííín! ¡Levántate!
Y Pepín se despertaba, ¡qué remedio! Además, como
habrán podido darse cuenta, lo que molestaba a Pepín no era tener que
levantarse, sino...la forma en que
debía hacerlo.
¡Cuánto odiaba Pepín ese maldito reloj, con su
escándalo furioso! A veces, Pepín pensaba que era el reloj, precisamente, el
culpable de que su mamá ya no fuera la misma de antes, de que ya no le
despertara con besos, ni preparara tostadas cantando. Más de una vez, hubiera
querido descolgarlo de la pared, ponerlo en el suelo, ¡y saltar bien duro sobre
él! Pero no. Por nada del mundo se hubiera atrevido, porque pensaba, ¿qué haría
mamá si viera su reloj hecho pedazos en medio de la sala? ¡Ah, no!, para su
madre, el reloj era tan importante, que Pepín sabía que el efecto sería
desastroso.
Una noche, Pepín tuvo un extraño sueño. Estaba en la
arena, acostado, y tapado con una sábana, ¡justo como si fuera su propia cama!
Tenía los ojos cerrados, y comenzaba a soplar una brisa suave, que en sus oídos
sonaba:
“!Pepín, Pepín, Pepín!”. Pepín entonces abrió los
ojos, y la brisa ¡era su madre!, que le acariciaba, y se le enredaba en le
pelo, y le entraba por los oídos, haciéndole cosquillas. Tomando en sus manos
de aire las manecitas pequeñas de Pepín, decía:
-Pepincito: hoy no habrá oficina, hoy no habrá
alarmas histéricas, ¡hoy seremos solos tú y yo, y esta playa. ¡Ven, ven, Pepín!
¡Vamos a nadar!
Y Pepín se lanzaba feliz contra las olas, jugando
con su mamá de aire, riendo, nadando, jugando con la espuma y con la arena...
Así transcurrió la noche, y Pepín durmió sonriendo.
Cuando al fin despertó, y abrió los ojos, se sorprendió.
-¡Algo extraordinario tiene que haber sucedido! –se
dijo-. ¿Cómo es que el reloj de la sala no ha sonado? ¿Cómo es que ha salido de
su habitación gritando?
Preocupado, Pepín abandonó la cama y se asomó a la
habitación de la madre. La encontró durmiendo plácidamente, con una sonrisa en
los labios.
-Algo no anda bien –insistió Pepín-. Pero, ¿qué hora
será?
Y salió corriendo en dirección a la sala. Allí, se
llevó la más grande de las sorpresas: el reloj, el insoportable reloj enorme,
el mismo que valía por 80, se había vuelto completamente loco.
En puntillas, para no hacer ruido, Pepín se acercó
de nuevo a su madre, que dormía plácidamente, sonriendo, y sin hacer el menor
de los ruidos, Pepín le dio un beso.
Te invito a que continúes la historia. ¿Qué sucedió
cuando Pepín besó a su madre?...
Envíalo a este correo: elmerferrer@cubarte.cult.cu,
yo estaré encantada de recibirlo. Con todos los finales, ¡haremos un
supercuento infinito!