En la era digital actual, desde la palma de la mano, tenemos acceso en todo momento a prácticamente todo el conocimiento acumulado por la humanidad. Nos hemos habituado a consumir enormes cantidades de información a diario, ya sea al revisar nuestras redes sociales o al leer las noticias.
Pero ¿cuánta información consumimos como internautas al día? Investigadores de la Universidad de California en San Diego realizaron un estudio y los resultados fueron sorprendentes: 34 gigabytes en promedio. Esto se traduce a aproximadamente 105 000 palabras que nuestro cerebro procesa cada día.
Sin embargo, de toda esta información, ¿cuánta realmente resulta relevante y enriquecedora para nuestras vidas? La respuesta está relacionada con un fenómeno respaldado por teóricos e investigaciones conocido como el efecto Lindy, cuya premisa es que la expectativa de vida de la información y la tecnología, o de cualquier otra cosa no perecedera, aumenta con la edad. En otras palabras, mientras más antigua sea la información, mayores probabilidades tiene de sobrevivir.
Consideremos este ejemplo: un libro publicado en los años sesenta ha existido por sesenta años, por lo que probablemente seguiremos leyéndolo en sesenta años. Del mismo modo, si llevamos más de cincuenta años escuchando la música de los Beatles, podría decirse que esta seguirá siendo relevante en los próximos cincuenta años.
Existe mucha información en línea con el potencial de traer mejoras a nuestras vidas: un plan alimentario podría ayudarnos a perder peso, por ejemplo, y una guía de hábitos saludables al apostar podría ayudarnos a evitar la ludopatía.
Siguiendo la premisa del efecto Lindy, sin embargo, podríamos afirmar que estos recursos tienen una mayor probabilidad de estar equivocados y de ser desmentidos como consecuencia de investigaciones posteriores, algo que ocurriría con gran parte de la información que puede considerarse “actual” en estos días. Un claro ejemplo es el del enjuague bucal, un producto ampliamente recomendado por dentistas, cuyo beneficio ha sido puesto en duda después de que estudios recientes indicaran que podría atentar contra las bacterias buenas en la boca.
Pero ¿cómo podemos saber cuándo la información es «Lindy» y cuándo no?
Volvamos a los ejemplos y tomemos la definición anterior como fundamento. Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, una de las obras más representativas de la literatura latinoamericana, tiene 55 años de existencia. Siguiendo el principio del efecto Lindy, podríamos asumir que seguiremos leyéndola por medio siglo más. Del mismo modo, al estudiar matemáticas, filosofía y ciencias, ciencias que han fundamentado la sociedad por siglos, estamos siguiendo los principios del efecto Lindy. Hoy en día, por ejemplo, sigue siendo válida la ley de gravitación universal propuesta por Newton en 1687, aunque no explique conceptos modernos como el de la física cuántica.
El tiempo, afirman los partidarios del efecto Lindy, siempre se encarga filtrar la información. Otra de sus perspectivas es que internet es la máxima herramienta de distracción, pues está llena de información inútil cuyo propósito es atraer nuestra atención y no ofrecer conocimiento relevante.
Herbert A. Simon, premio Nobel de economía de 1971, describe la esencia del efecto Lindy con la siguiente frase:
Una riqueza en información crea pobreza en atención.
Naturalmente, la teoría del efecto Lindy promueve el estudio de las obras clásicas —de manera reiterada para asegurar que no se pase por alto ningún dato relevante— como:
- Homero: La Ilíada y la Odisea
- Hesíodo: Trabajos y días
- Lucrecio: De la naturaleza de las cosas
- Séneca: Tragedias
- Cicerón: Sobre la naturaleza de los dioses
La antigüedad de estos textos no desvirtuaría las importantes lecciones que contienen, sino que las respaldaría.
Sin embargo, existe una pregunta importante: ¿la teoría del Efecto Lindy realmente debe ser tan estricta? Después de todo, las aportaciones del conocimiento reciente al mundo, particularmente en las áreas de tecnología y cuidado de la salud, son innegables.
La respuesta radica en nuestra manera de ver la teoría. En lugar de tomarla como un modelo absoluto, podríamos verla como una recomendación general. Podemos basarnos en fuentes clásicas que hayan sobrevivido al paso del tiempo y complementarlas con información confiable de la época actual que probablemente siga siendo válida pasadas varias décadas. La tecnología de ARN mensajero, por ejemplo, probablemente servirá como fundamento para las vacunas del futuro, así como la tecnología blockchain determinará la manera en que viviremos en los años por venir.
Las reglas de la teoría de Lindy, por lo tanto, serían las siguientes:
- Se ha de verificar el tiempo de existencia de la fuente.
- Se debe comparar con fuentes contemporáneas para garantizar que siga siendo válida.
- Si la información sigue siendo válida, debe estudiarse y revisarse una y otra vez.
- No debe descuidarse la búsqueda y comprobación de fuentes contemporáneas verificadas que sirvan como complemento para lo que ya hayamos aprendido.
En medio de la abundancia de información de la era digital, el principio Lindy puede ser una poderosa herramienta para explorar y aprovechar los recursos que tenemos a mano.